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Hoy hizo mucho frío. Da tiempo para reflexionar, pero también inquietan las cosas que tengo que hacer. Comprar un kilo de huevo en la tienda de la coreana. Que ya se me acabaron las papitas y las galletas, única cena posible en estos tiempos de prisas y posmodernidad, también de aislamientos y epidemias y quédese en casa, entonces ya no entiendo nada. Todo el mundo está muy ocupado y no está, salió fuera, está en una reunión, va para San Luis o San Miguel de Allende o Tampico. Lo que sucede es que tengo mucho tiempo que no voy, y resulta que fueron hace ocho días. No entiendo. No tengo idea, como dice la gente así. Yo te llamo regresando de McAllen, como dicen los mismos. Na. Y nadie está nunca. Por otra parte, ya terminé el curso de observación electoral del Instituto Nacional Electoral para el proceso electoral 2020-21. ¿Esa cosa para qué sirve? ¿Te pagan por hacer esa cosa? Así es la gente injusta de nuestro tiempo. Dos preguntas de una complejidad enorme y prefiero no discutir. Lo que sí, es que cada vez más encuentro al sistema electoral mexicano como en otra época. Es una democracia de smoking y vestidos de crinolina, hombreras y sombreros de plumas. No podemos dejar de usar y tirar a la basura tanto papel. No podemos tener un sistema de voto electrónico, no podemos votar a distancia, no se pueden hacer actas electorales desde una app o un sistema, sino en hojas cuadriculadas y con lápices. Estamos haciendo mal algo, y tenemos que cambiar. Hoy las operaciones bancarias se pueden hacer desde un teléfono celular. Hoy, la democracia mexicana tiene las mismas formas y métodos de hace doscientos o más años.
Gracias.
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