Y
entonces da vuelta a la hoja, en la libreta de pastas rasgadas a fuerza del
uso, de raspar un día tras otro el pupitre metálico. Pablo contempla con
atención, con la más que puede, al Padre Jorge hacer chasquear el gis sobre la
verde pizarra, lanzando la magia de sus ecuaciones, que ni Pablo ni los otros
niños, varones en el aula, pueden perder de vista, so pena de salir mal
librados en el examen del lunes por la tarde. Ya casi, piensa Pablo, sonará la
campana de salida. Y es que es viernes piensa Pablo, Pablín. Piensa ya en el
examen del lunes, en el deber primeroSalir del colegio, despedirse del Padre
Matías que cuida la puerta de entrada salida, que ya es muy grande y no puede
dar clase, tomar el camión en la parada, llegar a casa, comer con su madre,
pues su padre no sale hasta en la noche de la oficina, por fin cambiarse de
ropa y salir de vuelta, para ver a Valeria, pues es viernes, a quien había
conocido hacía ya varios viernes. La recuerda siempre con su uniforme del
colegio de niñas, en color oscuro, tirantes anchos, camisa color crema de
mangas largas, su pelo siempre recogido en trenzas hasta un poco más debajo de
los hombros. No hablan mucho de eso, pero a Pablín le intriga que por qué verse
en las tardes y ella así. Su colegio tal vez de tiempo completo, tal vez clases de música por la
tarde, o costura o arte, pues las niñas son así. El viernes anterior platicaron
de cine, libros, de las matemáticas del Padre Jorge, de lo difíciles que se
ponen los exámenes de los lunes, del resonar de los zapatos del estricto pero
mágico profesor de matemáticas, del casi inaudible pero conciso ponente de
homilías. El viernes antes que ese conversaron sobre el colegio de ella, el
colegio de niñas en dirección opuesta a la parada del camión de Pablín, al que
se llega a pie desde su casa, y las clases de música, costura, arte. Y Pablín
cautivado, intrigado, encantado de su nueva amiga, a quien escucha y que lo
sabe escuchar a él siempre. Caminará algunas cuadras, doblará a la izquierda
cuando el cielo de otoño se va tornando anaranjado y divise la reja en color
negro del colegio de niñas que abarca una cuadra entera. Rodeará la reja y ahí
en el muro de ladrillo de la parte posterior del colegio se verá con ella,
donde se vieron el primer viernes, la primer vez. Ahí está Valeria, debajo de
un rótulo en arco, en letras blancas y góticas, su uniforme oscuro de tirantes
anchos, camisa color crema, el pelo trenzado. Plasmada en el enorme muro de
ladrillo, la pintura deslavada sobre los ladrillos rugosos, la figura
monumental de la niña que lo escucha, cada viernes por la tarde. Pablín se
aproxima como otras tantas veces, emocionado, solemne.
Doctorante en ciencias sociales por el Instituto Suizo de Puebla (2025). Doctor en administración estratégica por la Universidad UTEL, Estado de México (2023). Maestro en administración por la Universidad Tecmilenio, Nuevo León (2017). Por el TEC de Monterrey: Diplomado en política (2013), Maestro en ingeniería (2007), diplomado en finanzas (2006) y arquitecto (2000). He sido consejero electoral del viejo IFE (2012), actualmente consejero honorífico de la CEGAIP (2023-2028).
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1 039. Casi he dejado de escribir reflexiones. Hoy lo hago por una necesidad donde puede estar en riesgo mi presente mismo. ¿Y quién no qui...
¡Hombre! Así nomás, gracias por la dedicatoria.
ResponderBorrarEste cuento sería una acuarela si no es porque en él en vez de agua fluye velozmente el ánimo exaltado de quienes todavía viven de sorpresa en sorpresa, de novedad en novedad.
Saludos.
Gracias. Difícil de explicar, pero de lo poco que he escrito, creo que es uno de los cuentos que más me han gustado. Va un abrazo muy fuerte, Mario.
ResponderBorrarAgrego que pensé en este cuento como la necesidad humana de aferrarnos a la materia, de escapar a través de ella, de entre tanto dolor, de la soledad que es de los peores dolores. Y el sesgo personal de arquitecto, de aferrarnos a las imágenes, a las formas, colores, distancias, espacios. Nunca el ser humano ha tenido tanto tiempo libre. Nunca el ser humano ha estado tan interconectado, nunca ha habido tantas carreteras, vuelos en avión, camiones, trenes. Pero nunca como hoy, ha tenido el ser humano tantas prisas ¿cuáles? ni tanto qué hacer ¿qué?
ResponderBorrarPues el resultado parece un grato balance entre lo planeado y lo espontáneo, entre lo que controlas y lo que se escapa de tu control.
BorrarAdemás de las prisas, en algunos casos, el exceso de comunicación también aisla. Ahora es común ver gente sentada lado a lado en un parque o en una sala de espera que, en vez de intercambiar siquiera un saludo, permanece absorta jugando o escribiendo en su móvil.