viernes, 11 de marzo de 2016

Va un cuento, así nomás.

 Para Mario Rosaldo, con aprecio, ya sabe.

                     Y entonces da vuelta a la hoja, en la libreta de pastas rasgadas a fuerza del uso, de raspar un día tras otro el pupitre metálico. Pablo contempla con atención, con la más que puede, al Padre Jorge hacer chasquear el gis sobre la verde pizarra, lanzando la magia de sus ecuaciones, que ni Pablo ni los otros niños, varones en el aula, pueden perder de vista, so pena de salir mal librados en el examen del lunes por la tarde. Ya casi, piensa Pablo, sonará la campana de salida. Y es que es viernes piensa Pablo, Pablín. Piensa ya en el examen del lunes, en el deber primeroSalir del colegio, despedirse del Padre Matías que cuida la puerta de entrada salida, que ya es muy grande y no puede dar clase, tomar el camión en la parada, llegar a casa, comer con su madre, pues su padre no sale hasta en la noche de la oficina, por fin cambiarse de ropa y salir de vuelta, para ver a Valeria, pues es viernes, a quien había conocido hacía ya varios viernes. La recuerda siempre con su uniforme del colegio de niñas, en color oscuro, tirantes anchos, camisa color crema de mangas largas, su pelo siempre recogido en trenzas hasta un poco más debajo de los hombros. No hablan mucho de eso, pero a Pablín le intriga que por qué verse en las tardes y ella así. Su colegio tal vez de tiempo  completo, tal vez clases de música por la tarde, o costura o arte, pues las niñas son así. El viernes anterior platicaron de cine, libros, de las matemáticas del Padre Jorge, de lo difíciles que se ponen los exámenes de los lunes, del resonar de los zapatos del estricto pero mágico profesor de matemáticas, del casi inaudible pero conciso ponente de homilías. El viernes antes que ese conversaron sobre el colegio de ella, el colegio de niñas en dirección opuesta a la parada del camión de Pablín, al que se llega a pie desde su casa, y las clases de música, costura, arte. Y Pablín cautivado, intrigado, encantado de su nueva amiga, a quien escucha y que lo sabe escuchar a él siempre. Caminará algunas cuadras, doblará a la izquierda cuando el cielo de otoño se va tornando anaranjado y divise la reja en color negro del colegio de niñas que abarca una cuadra entera. Rodeará la reja y ahí en el muro de ladrillo de la parte posterior del colegio se verá con ella, donde se vieron el primer viernes, la primer vez. Ahí está Valeria, debajo de un rótulo en arco, en letras blancas y góticas, su uniforme oscuro de tirantes anchos, camisa color crema, el pelo trenzado. Plasmada en el enorme muro de ladrillo, la pintura deslavada sobre los ladrillos rugosos, la figura monumental de la niña que lo escucha, cada viernes por la tarde. Pablín se aproxima como otras tantas veces, emocionado, solemne.

4 comentarios:

  1. ¡Hombre! Así nomás, gracias por la dedicatoria.

    Este cuento sería una acuarela si no es porque en él en vez de agua fluye velozmente el ánimo exaltado de quienes todavía viven de sorpresa en sorpresa, de novedad en novedad.

    Saludos.

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  2. Gracias. Difícil de explicar, pero de lo poco que he escrito, creo que es uno de los cuentos que más me han gustado. Va un abrazo muy fuerte, Mario.

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  3. Agrego que pensé en este cuento como la necesidad humana de aferrarnos a la materia, de escapar a través de ella, de entre tanto dolor, de la soledad que es de los peores dolores. Y el sesgo personal de arquitecto, de aferrarnos a las imágenes, a las formas, colores, distancias, espacios. Nunca el ser humano ha tenido tanto tiempo libre. Nunca el ser humano ha estado tan interconectado, nunca ha habido tantas carreteras, vuelos en avión, camiones, trenes. Pero nunca como hoy, ha tenido el ser humano tantas prisas ¿cuáles? ni tanto qué hacer ¿qué?

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    1. Pues el resultado parece un grato balance entre lo planeado y lo espontáneo, entre lo que controlas y lo que se escapa de tu control.

      Además de las prisas, en algunos casos, el exceso de comunicación también aisla. Ahora es común ver gente sentada lado a lado en un parque o en una sala de espera que, en vez de intercambiar siquiera un saludo, permanece absorta jugando o escribiendo en su móvil.

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