Relativo, todo es relativo...recordad.
Mis convicciones continúan. El dolor de mis deseos debe amainar, disolverse en la madurez. La otra opción, la mejor, es eliminarlos de tajo.
Aprendí una frase. "Deja de buscar en vano mariposas, cuida tu jardín y ellas llegarán solas". Tal vez.
Otro cuento inédito de J. (Bendeck).
Esperando tener una colección robusta de narraciones, sin hilo conductor, sobre mi fascinación con la noche. No escribo para seguir ganando premios de Creación Literaria ni por fama o dinero. Escribo, creo que por necesidad.
Para el Maestro Bob Rock.
Juan
abrió los ojos. Sintió el desconcierto que siempre seguía a una noche como la
anterior. Se acomodó y estiró en la cama matrimonial y se volvió a cubrir con
la frazada azul marino. Hacía frío. Desde hacía más de dos años, no había nadie
en la enorme casa, más que Clarita, la leal mucama, y él. Su padre tuvo que
aceptar el encargo de cónsul en aquel horrible país del norte, frió y sin
gente, al que Juan había jurado no volver, cuando realizó allí sus estudios
secundarios. Su madre tuvo que irse también, desde luego. Pero no los
necesitaba tanto, ya no era un niño. Y de cualquier manera sus padres querían
huir, desde antes, luego que el gobierno la había emprendido sin cuartel contra
los cárteles del narcotráfico, y una ola de violencia, secuestros, asesinatos
sin sentido había sacudido al país desde hacía tiempo. Juan miró el reloj y
poco a poco su memoria trataba de hilar lo que había pasado la noche anterior,
los pendientes del día, su realidad. Un paseo nocturno, el ritual de cada
semana, por bares lindos al empezar, y de mala nota cuando la madrugaba caía
sobre su espalda. Las siete de la mañana y la hora de entrada a su empleo en la
Secretaría de Planeación y Administración a las nueve. Un empleo público detrás
de un escritorio privado y con vista a una Avenida amplia, poblada de palmeras
y edificios modernos. Las ventajas de tener una educación de primera, un padre
con relaciones, con conexiones, que era lo único que funcionaba en ese país,
que no necesitaba, de todas maneras una secretaría de planeación, pues tenía
una de las inflaciones más altas de Latinoamérica, y no había qué planear en un
lugar donde habían muerto cincuenta mil personas de manera violenta el año
anterior, donde nadie estaba a salvo. Luego lo invadió el miedo. Abrió los ojos
y se abalanzó sobre el buró. Su pluma estaba ahí, lo mismo el llavero, algunas
monedas como cambio de la carrera del taxi, también su teléfono celular, su
cartera de piel negra, que tomó y abrió. Suficiente dinero en efectivo, su
cédula de identidad, las tarjetas de presentación de la gente que podía
resolver un problema cuando se necesitaba. Pero su tarjeta de crédito no estaba
ahí. Juan suspiró y trató de buscarla en los cajones, pero estaba seguró que la
había perdido. Tal vez se le caería en el cajero automático, tal vez la dejaría
en la mesa de algún bar. Un minuto más y la reportaría de inmediato, pensó.
Alguién abrió la puerta, sin tocar. Clarita, en un uniforme azul celeste y
crema, se acercó, su pelo blanco sujeto hacia atrás. Juan se cubrió con la
frazada, cerró los ojos y fingió demasiado tarde. "Joven, para avisarle
que ya es hora, ya son las siete, recuerde que a las nueve a más tardar debe
estar en su trabajo". Juan sintió que el dolor de cabeza crecía, ese
precio de haber ido a dar la vuelta la noche anterior. Porque la gente como él
en el país donde vivía, los jodidos se emborrachaban, la gente linda y
distinguida como él, salía a dar la vuelta. Sintió los pasos de la señora,
luego un sonido metálico de algún objeto plano, pequeño, sobre el frío vidrio
del buró. Juan sintió que su corazón galopaba. "Joven, vino el jefe de la
policía a dejar esto que es de usted, lo encontraron...junto a una muchacha
que...golpearon anoche. La pobrecita no se salvó, joven". Los suspiros
altos, un gemido que la mujer trata de reprimir. "Pórtese bien, mi niño,
yo a usted lo quiero mucho, ya no salga en la noche". Los pasos que se
alejan "Joven, el jefe de la policía manda saludar mucho a su papá, ahora
que él llame". La respiración, el suave perfume de Clarita, el aroma del
impecable uniforme. "Joven, ya van varias muchachas..." Luego el
sollozo que no se aguanta. "Llevántese por favor, ya se le hace
tarde". Juan abre los ojos y ve la tarjeta de crédito brillar bajo la
cálida luz que se cuela por las persianas. Se siente más tranquilo. Piensa en
el día que viene, en algún recuerdo de la noche anterior. Le duele la cabeza.
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