domingo, 27 de septiembre de 2015

Sí, así es.

El desánimo se va con una buena taza de Decaf, un poquito nada más, de azúcar, y mucha agua. A lo largo de la mañana del domingo vi la gente pasar por la calle Porfirio Díaz. Pocas cosas memorables, en serio. Al principio la desconfianza, después un cansancio sereno. Paco me manda un mensaje de texto antes de salir: No se te olvide ir al Country Club y a misa y yo sonrío. No alcanza. Es chambear como "cualquier persona", o si viviera en Monterrey con algún trabajo miserable, hacer fila en Soriana o en WalMart donde el único diferenciador entre las dos cadenas son las donas glaseadas y los relojes Timex que no puedo comprar, pero algún día. Regreso a mi ciudad y me doy cuenta que no hace tanto calor, que la mañana se fue rápido, que no saludé a nadie conocido, que nadie fue a preguntarme cuánto cobro por dibujar un plano arquitectónico o de subdivisión, que no fui a Arteli a comprar una bolsa de papas chips con jalapeño que me urge tener, o una caja de barritas marinela, o ver si ya llegaron las latas de jamón endiablado Herdez que es un crimen no tener.
 
Entonces llegó la hora de cerrar el negocio de mis padres, a la casa, y aquí estoy y lo que más gusto me dio fue leer algunos temas sobre Diseño de Organizaciones y Comportamiento Organizacional, y que lo primero que aprendí fue que no son lo mismo, pero que se complementan.
 
Pasan los días y crece como bola de nieve.
 
Hace casi ocho días tuve un sueño donde se me apareció el Benji, buen amigo. Vamos a ver qué.

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