lunes, 30 de enero de 2017

475. Olvidar y seguir.

Para Paco, con aprecio.

Qué bien se siente tomar un descafeinado con algo de azúcar (todo con moderación se puede mi buen) después de una tarde fría, con muchos pensamientos, en el negocio de mis padres.
Anoche platiqué con Paco. Me disculpé por no poder contestar sus llamadas. Luego yo le llamé una vez y no dejé de ocuparme el sábado, ni el domingo, lleno de trabajo el fin de semana, no hay mucha venta pero sí mucha gente, todo tendrá que ser mejor. Le hablo a Paco de la necesidad de una catarsis, de la llegada de una magna obra literaria que sacuda nuestras conciencias: no, no estoy hablando de "Juventud en Síntesis 2", si no ha leído la primera parte no se apure. Algo mayor todavía. No atino que pueda ser, pero Goldratt, Senge y otros grandes maestros de nuestro tiempo marcan la pauta.
Hago un recuento rápido de mi domingo: mi esencia de Arquitecto me hace comprar cosas que necesito, no es el consumismo, me niego a aceptar tal acusación. Compré un repuesto F para bolígrafo Zebra F-301, y una libreta profesional de cuadro grande, Scribe, en la papelería Cervantes del centro de mi ciudad. Lo bueno fue que la tarde pasó rápido, entre que me acostaba, sin dormir, pensaba y pedía la oscuridad para ir con bajo perfil al OXXO, comprar un chocolate Hersheys (otra vez el azúcar, fundamento civilizatorio y factor de destrucción también), una sopa Maruchan, y un Hotdog calientito.
Volvieron los sueños. Alguna amplia avenida, una mesa empotrada a una pared de cristal, subir las escaleras, vigilado por una chica que tiene algún control sobre la entrada ¿está usted hospedado aquí? pase por favor, si necesita factura hágalo saber a la mesera antes de ordenar gracias. Yo me apoyo en una mesa de formica, espero, y creo que pido una cerveza en un tarro alto. Pienso, entre el tráfico que no alcanzo a ver, el paisaje arbolado, y la soledad del lugar en que estoy. Bajo las escaleras y la chica vigilante ya no está. Regreso a la mesa, y el tarro está lleno otra vez, sin nadie a mi alrededor. Apoyo los codos, escucho el motor de un autobús, al fondo una canción de Armando Manzanero. A mi derecha, el cristal, a mi izquierda, una hilera de mesas vacías, más allá una barra con detalles en duela, algunas botellas, cristalería, una puerta con ventana circular que debe dar a la cocina. Bajo a la amplia avenida y ahí está el camión, que espera.

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