viernes, 14 de noviembre de 2014

El ruido a lo lejos.


Se escucha la melodía insufrible, monorrítmica, vulgar, dulzona, de la música de banda de algún apacible lugar de Sinaloa o Durango, o mejor aún, en latitudes más lejanas, donde viven nuestros connacionales, como Los Ángeles o Milwaukee (allá hay mejores estudios de grabación). Los accesorios son  lo mismo: lentejuelas, sombreros texanos y relojes de oro. El vestuario trasciende las fronteras. Las historias de la mujer que se va, de las infidelidades, de lo que no pudo ser, o historias de alguna fiesta en algún lugar de Mazatlán o de Culiacán o de Michoacán. La geografía playera y bucólica a todo lo que da. 

Estoy cerca, cerquita del Epicentro Bar, y escucho y siento a la gente divirtiéndose. Mucha. El humo del cigarrillo llega hasta acá.  Igual la debe estar la historia en el Black & Jack, igual en el Stone House, igual en el Life is Life, igual en el Bar Cinco.

¿Qué se puede decir de la venta de alcohol en tantos y tantos lugares de esta ciudad?

La respuesta la puede tener el Santo Jose María Escrivá de Balaguer, del Opus Dei, de quien no sé absolutamente nada, solamente que tenía un buen semblante, jovialidad y gentileza en las grabaciones que transmite el Canal EWTN.

Una señora de un país de ésos del sur, creo que de Argentina, le pregunta por su marido, que se dedicaba a la venta de alcohol. Lo poco que puedo recordar de la respuesta del Santo es que a la apocada señora, le contesta, "es una ocupación que no es ni buena ni mala". El auditorio tronó en aplausos y risas.
Tiene razón el Santo Escrivá.
Claro que como tantas cosas, el que destapa las botellas, a veces, es el diablo, y pues...

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