Muy buena la plática con Gilberto, el domingo. Hablamos por teléfono, brevemente eso sí, de cine y filosofía. Yo, admirado de haber visto la versión soviética de Solaris por segunda vez, y como en la primera, no la terminé de ver, aunque sé en qué termina, igual que no he visto tampoco completa la versión americana, que también sé en qué acaba.
No me han mandado mi gafete de observador electoral, lo que me desconcierta y entristece un poco.
Pienso en lo que se está convirtiendo nuestra sociedad. ¿Será la sobrepoblación? ¿acaso el aumento y al mismo tiempo la disminución de nuestros niveles de vida? A lo que me refiero con esto último, es que nunca como hoy los refrescos han estado tan baratos, ni hemos tenido tantos canales de series y películas, o acceso a tarjetas de créditos o financiamiento de autos, y sin embargo hay mercancías, como la ropa de marca, o la vivienda, que están sube y sube de precio. No puedo dejar de pensar en mi calle, que antes era un lugar agradable a la vista, silencioso y limpio, y hoy da pena nomás de ver sus fachadas mugrosas, el apilamiento de coches viejos y destruidos, escuchar el ruido de camiones urbanos y la música a todo volumen de Espinoza Paz y la Banda Limón, comparable al más cruel instrumento de tortura de la CIA en Guantánamo.
¿A dónde vamos? Hay tres malas señales que apuntan al vacío. El aumento en la inflación, el aniquilamiento constante de nuestra frágil democracia por gentes, que sé son muy poderosas, pero no sé quiénes son, y la devaluación sin fin de nuestra moneda.
Entre paradojas y catástrofes, debo buscar una alternativa para mí. ¿Vender mazapanes en la Eco Central? Igual y antes de que aumenten de precio (1), prohíban el libre ejercicio de un trabajo honesto (2) o los manden todos a Estados Unidos para fortalecer la balanza de pagos (3).
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