jueves, 6 de octubre de 2016

Déme un recibo de honorarios, así, provisional.

De un tiempo para acá me está pasando que despierto como a eso de la una de la mañana y no vuelvo a dormir como hasta eso de las 7. A las nueve y quince a más tardar, tengo que estar en el negocio de mis padres. Es un decir, pues puedo abrir a la hora que yo quiera.
Lo que me preocupa es que se acercan fechas límite: el pago de la anualidad de mi tarjeta Bancomer, notas por pagar de proveedores, otra vez los pagos del Seguro, y los trabajos no vienen, y el dinero a cuentagotas, para repartir nada más.

Mis ventanas al mundo exterior son la Calle Porfirio Díaz,  luego el periódico, puede ser El Mañana o el Huasteca Hoy, luego Amazon, luego el televisor, luego el celular pero no he hablado con Paco. Tal vez él está ocupado, en su propio sueño académico, también. Ya no le hablaré de la miscelánea, pues la inflación galopante arriesga nuestro proyecto mutuo. Será esperar en algo más redituable, tal vez cortometrajes de temática socialista o buscar una prefectura en alguna franquicia de la Prepa 406.

Hago una mueca mientras pienso en el negocio de mis padres, los sentimientos se encuentran mientras recuerdo que hay que llevar allá, algunas cosas para vender que están en casa. Las alternativas están en los sueños, la realidad me da pocos deberes, aunque a veces difíciles. La vida es tan dura como conseguir el dinero, mes con mes, para pagar el Cablemás, caminar por la larga calle Francisco I. Madero, hasta Zaragoza, dar vuelta a la derecha, luego a la izquierda en Carranza y llegar al local en gris, azul marino y vidrio, a cubrir un mes más de bálsamo, depende del canal que uno vea.
Gracias.

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