sábado, 18 de junio de 2016

Ideas y confrontaciones.

Me invade la tristeza, la sensación de derrota. Un cliente que no me pagó mis honorarios desde el 28 de mayo pasado, pero ya empecé a mover hilos para encontrarlo, si no, al menos para quemarlo entre sus compañeros de trabajo. Este, un sinvergüenza. Casi tanto como otro, de nombre Víctor Sierra, que me sacó a las prisas de mi casa para visitar una obra, me pidió unos planos de subdivisión urbana, luego me llamó a mi teléfono celular para pedirme un Plano Oficial y quedamos en el pago de 500 pesos (sic), de hambre ya sé.
Poco tiempo después no pasó por el Plano Oficial. Yo llamé al número de celular de Víctor Sierra. Y a ese número contestó un sinnúmero de personajes, varias mujeres que nunca le pasaron el recado, y al último un chico con una capacidad diferente (lo noté por la lentitud en su forma de hablar y su tardanza para entender una idea), que no sé si el  señor Sierra es tan cobarde y tan vil como para esconderse detrás de los pantalones de una persona con esa condición. Total, que nunca me pagó, luego inventó una suerte de chismes sobre mi encargo como Consejero Electoral, que todavía me duelen y que un día le reclamaré, como hombre, de frente, pero el señor Sierra ni eso tiene, y sé que no lo veré en la ciudad en los próximos veinte o treinta años, por ser el cobarde que es.
 
Otro más, que prometió muy formal pasar a cierta fecha por un trabajo ya hecho y pagar el resto, pero no lo he vuelto a ver. Dos veces le dije que me llamara por teléfono.  No faltará que venga de otro planeta, o de alguna extraña dimensión extra terrena y me diga lo siguiente:
 
Posibilidad uno: "No, mire arquitecto, lo que pasa es que yo no sé usar el teléfono".
 
Posibilidad dos: "No, yo no uso teléfonos, a mí me gusta decir las cosas de frente".
 
Posibilidad tres: "Yo nunca en la vida he usado un teléfono (frase de un hombre de cincuenta años de edad, siento escalofríos al escuchar eso)".
 
Posibilidad cuatro: "Es que no tengo celular, ni teléfono de casa" (¿y luego no puede agarrar un teléfono público?).
 
La gran lección, y dolorosa, es que no puedo decirle que sí a todo. Ya vendrá algo mejor.
 
Igualito que la señora a la que le di mi tarjeta y me sale con "Oiga, y estos números ¿qué significado tienen?" Señora, es mi número de teléfono...
 
La frase de arriba es real pero si no le pongo un freno a la señora ésa, ya me imagino los derroteros que hubiera tomado nuestra plática.
 
"Bueno, señora, no hay problema, usted me encuentra aquí todos los días".
 
Y que tal si ella contesta.
 
"Ohh, ¿o sea que entonces no puedo hablarle a este número?".
 
"Sí, señora, sí puede llamarme cuando guste, para ponernos de acuerdo".
 
"Oiga, y si mejor vengo, es que yo no tengo teléfono".
 
"Sí, señora, usted puede venir cuando guste".
 
"Ohh, pero...¿y si se me hace tarde, entonces Usted me está diciendo que no le puedo llamar?"
 
"Usted, señora puede llamarme para ponernos de acuerdo con la visita a la vivienda, cuando usted quiera y..."
 
"Oiga arquitecto, pero ¿y si no tengo teléfono?".
 
Ganas no faltarían de correr, de huir despavorido, llorando, harto y re harto.
 
 

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