sábado, 14 de mayo de 2016

Redención, el camino que no termino.

Sigue la invasión de culpas, malos recuerdos, insuficiencias y deficiencias, lastres.
 
La entrega debe ser total, ni hablar.
 
Gilberto.
 
Me cayó de maravilla la llamada de mi buen amigo, compañero de la clase Ingeniería de Productividad en el TEC, con quien parece, así lo siento, que estudié una carrera profesional completa o incluso la prepa 406, desde entonces. ¿De qué hablar con él? Nuestros gustos son distintos, pero creo que de esas disparidades viene la oportunidad de seguir sembrando una gran amistad que sé que va a durar muchos años. Gilberto me habla de Guenón, de Wilbur, de Thomas de Kempis, del Gnosticismo, de Pauwels y Bergier. Yo recuerdo tener un ejemplar de "Los libros condenados". Lo busco con angustia y ahí está, en una repisa muy alta de un librero modesto y ecléctico en casa de mis padres.
Yo, intrigado por esos nombres, pienso en Frederick Forsyth, en Michael Connelly, en Paco Ignacio Taibo 2, en Juan Villoro. En mi héroe moderno, Héctor Belascoarán Shayne, y su inseparable Diet Coke. Y sin embargo me confieso lector de Régis Debray en Una Educación Sentimiental, recuerdos del París del 68 y así, ecléctico igual que el librero de pino oscuro en casa de mis padres, pero no modesto, ni hablar.
Reconozco la necesidad de nuevas lecturas, porque hace falta la introspección, el autoconocimiento, la superación de prejuicios e indecisiones, el dejar atrás aquello que antes y siempre me ha hecho y me hará daño. Basta.
 
Desde aquí un saludo afectuoso al estimado amigo, muy al norte de este país.

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