Que un rato, un pequeño rato nada más, de excesos, no diré cuáles son, desperté a las 4 de la mañana con mucha tranquilidad, la ropa puesta y mi portafolios de boceto arquitectónico a un lado. Regalé a meseros que conozco de muchos años, mis verdaderos vicios: lapiceros, plumas de tinta de gel, plumas de tinta seca, y el reconocimiento de una amistad sincera y con el mayor defecto de ser falta de malicia.
Para eso, había llegado muy temprano a casa, a las diez de la noche, sin mucha memoria de cómo diablos llegué.
Como a eso de las 5 de la mañana subí a la recámara, como si nada hubiera pasado, a trabajar y pensar y una y otra vez maldije mi profesión.
El sueño terminó cuando abrí la cortina metálica del negocio de mis padres, de nuevo a las 9.16 de la mañana. Pero el susto siguió allí.
Gracias y reciba un saludo.
Agradezco el detalle, Lalo.
ResponderBorrarDe una manera u otra, todos siempre abrimos cortinas que nos ponen directamente frente a la realidad. Pero también siempre nos las ingeniamos para volver a encontrar ese sueño que tanto nos reconforta.
Abrazos.