lunes, 5 de junio de 2017

556. Recuerdos, eventos. 05062017.

Abandono el formato. No hizo diferencia.

El día 5 de junio de 1992 lo recuerdo vagamente en lo general. Algunos detalles, nada más algunos, los tengo presentes con más emoción que objetividad. Fue el día en que creo, no estoy tan seguro, dejé atrás mi niñez. Eso sí, fue el fin de una etapa, y el comienzo de la actual. Algún día daré detalles, en forma de un cuento, espero. Una llamada telefónica en viernes. Un evento del gobierno municipal (el primero emanado del PAN en la historia de mi ciudad). De parte de un profesor y desde las oficinas de mi colegio de monjas, a la casa, antes de que yo llegara a comer. Mi madre me pasó el recado, con mucha seriedad. Se trataba de organizar una suerte de actividad, con motivo del Día Mundial del Medio Ambiente. A su criterio, muchachos (ahora imagino la voz firme del profe de Sociales) pero el evento es a las 5 de la tarde, apenas nos avisaron y no podemos dejar de participar. Hay tiempo. Es que cuando tienes 15 años de edad, las horas pasan más despacio. Las tardes son muy largas. Y hace 25 años, el clima en Ciudad Valles era templado al menos a esa hora, el cielo nunca dejaba de nublar.
Fue el comienzo de una etapa distinta en mi vida. A la llegada a una enorme explanada, tres compañeros hombres, jovencitos pues, seleccionados por decreto del profesor de Ciencias Sociales para representar a nuestra institución educativa. Nosotros tres, encima de una tarima, con nuestros impecables uniformes. Firmes, solemnes, de espaldas al palacio municipal. Fue cuando sentí una profunda desolación. Fue el encuentro con la conciencia de la soledad, y creo que fue la primera vez que salía de la seguridad de mi casa, a un lugar que no fuera el negocio de mis padres, o el vehículo con aire acondicionado de mi madre, para bajar, siempre con ella, a comprar algo en el súper, o visitar a mi querida tía, que vivía  frente al bonito Parque Pípila. Tal vez ir por pan casero escarchado en azúcar, allá en una alejada vivienda de la Colonia Hidalgo, donde las calles en diagonal mandan al extravío. Ese día 5 de junio de 1992, fue la primera vez que sentí una enorme melancolía. Todavía vivo en esa etapa. Esa fecha que hoy me pone a pensar, a ratos a temblar, cada año lo mismo. Paisajes de mi memoria: cuando los tres compañeritos del colegio nos subimos a un camión urbano, para llegar a esa gran plaza, que hoy veo pequeña, deslavada, y desde luego más triste que aquél día. ¿Y qué decir de la actividad? El tiempo no nos dio permiso más que de juntar estadísticas escalofriantes, información noticiosa y buenos deseos sobre el tema ambiental. Todo se sintetizó en la lectura de tres párrafos, uno cada quien, desde luego. Otras escuelas con una sucesión de acrósticos, bailes, disfraces de árboles. Y la tristeza allí, rodeado de tanta gente. Algunos nos miraron con interés y entusiasmo "sí vinieron los del Colegio Motolinía". Allí casi acabó ese viernes (¿cómo fue en definitiva? lo publicaré después). Diré que lo planteé al principio como el comienzo de otro fin de semana de levantarme a las once de la mañana, hacer mucha tarea en el comedor, una materia a la vez. Pasarla así, como cada sábado. Los domingos ¿un ratito en la tienda? ¿comer fuera? ¿dar la vuelta en el coche una y otra vez por el eterno Boulevard México-Laredo? y a dormir temprano, a preparar otra semana de clases.  
Todo así, pero nada se volvió a sentir igual. Y muchos años después, todavía me aterra.

Trayectorias.

Hoy tengo que cambiar. Hoy debo decidir. Hoy debe ser el día. Ya no puedo seguir como he andado. Reconocer que Dios existe, y con su ayuda se podrá. La infelicidad, las inseguridades y eso que me dijo Enrique: me he negado a enfrentar mis miedos, busco la comodidad y la calma, y no. El calor se siente, hoy, quema la piel. No puedo seguir escondiéndome. Salir a la luz, aguantar. 
Gracias.

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