viernes, 20 de enero de 2017

468. Por eso digo...

Para Paco.


Es que para sustos no gana uno. El sistema en línea de CONAGUA, promete ver reflejado el pago correspondiente, en un máximo de 72 horas a partir de la fecha de presentación en el banco.

Pagué el lunes tempranito, antes de ir al negocio de mis padres. Es el impuesto anual del uso o goce de inmuebles federales, por tener un predio a orillas del río. Ya lléguele, o lo que es lo mismo, apoquine, que hay que sacar para el muro.

Hasta el día de hoy viernes, a las 14:40 horas, pude ver acreditado el depósito hecho a nombre de nuestra gloriosa Tesorería de la Federación.

Bueno, el alivio nunca llega tarde. Ya siento que hasta respiro mejor.

Sinopsis y reflejos.

Ya van varios sueños así. Quizá varíen en algún detalle, pero la historia es la misma.

Estoy encerrado en una estructura en forma de catedral. En el atrio vendían dulces, recuerdos y postales. En un momento dado me piden hacerme cargo de uno de los expendios. Luego recuerdo que mi lugar no es ése. Tomo un portafolios, tal vez mío, y camino por una zona de casas de nivel medio, de una y dos plantas, que me recuerda a la Colonia Satélite Acueducto, en la Gran Ciudad del Norte. Llego a una vivienda con poca luz, a una reunión de promotores de Tupperware. Salgo del lugar sin registrarme ni avisar y regreso al atrio. El puesto que atendí brevemente al principio del sueño ya no está. 
Mi lugar lo ocupa un hombre que nunca he visto, vestido de blanco, con delantal del mismo color y gorro. Vende submarinos de pan integral. 
Me palpo las bolsas del pantalón y no tengo ni una moneda. En mi cartera, no hay más que estampas religiosas. Yo entro a la Catedral.
Un elevador ruidoso me lleva a una de las torres-campanario. Luego aparece una mujer joven, de falda azul marino y blusa blanca, que se acerca. Me esquiva en el estrecho pasillo y no voltearé a verla.
Llego al ventanal de la torre. 
Contemplo la panorámica de una ciudad chata, horizontal, que se extiende hasta una sierra nublada.
Despierto.

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