domingo, 3 de diciembre de 2017

655. Domingo 3 de 12 de 2017. Otra historia de la arquitectura contemporánea.







En eso estaba. Tenía que doblar varias playeras de manga larga, después de separarlas por tallas. Debajo de la tabla pintada en un azul rey deslavado, hay unos cajones abiertos. Sobre el firme de cemento pulido, sin vitropiso pero limpio, unas grandes bolsas de plástico transparente que guardan cientos de pares de calcetas. El cliente termina pidiendo el color o la talla que muchas veces ya no hay. Apuntar, resurtir, y acumular a lo que no se vende. No sé cuánto tiempo duré de espaldas al mostrador. Estoy a unos pasos del tianguis municipal y me siento parte de él. La música, el ruido, la vida, las dudas.
Una señora de unos sesenta años acompaña a otra mujer de veintitantos. Ambas son delgadas, visten shorts y blusas en tonos pastel. Pero ya se empieza a sentir el fresco de la media tarde en esta época del año. Se adivina el frío, sí, mucho. Viene pronto y al menos estaremos a diez grados sobre cero. 
Mientras tanto las dos me piden playeras de manga larga, pantalones de algodón, calcetines gruesos, pantimallas para una niña. Si no hay variedad en colores no hay manera de vender.
En eso entró un hombre de unos cuarenta y cinco años, casi mi edad, pero muy descuidado, cansado tal vez, de pelo trasquilado, barba descuidada. Muy seguramente esa mañana no se había bañado. Tal vez tampoco la anterior.
Vestía un pantalón deportivo, de microfibra de poliéster. Una playera picada, a fuerza del tiempo y el cloro, un innecesario suéter amarrado a la cintura, en tono entre café y gris. 
El preguntó "¿usted es el arquitecto que hace planos?" Sic, sí señor.
Entonces la señora mayor me siguió pidiendo tallas, colores, un babero de algodón, me muestra los colores y no tendrá otros estampados.
El hombre se hizo hacia atrás. Miró el trafical allá afuera.
La otra mujer me pidió tobilleras, calcetines y ahora camisetas interiores.
Yo empecé a sentir pena con el hombre, al tiempo que sospecha, por esa pregunta no por lo redundante sino por un tono quejumbroso, y la tela del pantalón que crujía cada vez que el tipo ése respiraba.
La malicia aumenta el tiempo de espera de tu prójimo, creo. Las dos mujeres lo sabían bien, creo.
Aquél hombre empezaba a encabronarse, creo.
Cuando cobré la cuenta, que siempre esperas sea más grande, las dos salieron platicando, haciendo malabares con bolsas de plástico de otros lugares.

Él se acercó sin más y me dijo que hace unos años un Notario Público le había dado mi nombre y el lugar dónde encontrarme.  Ya me imagino. Ahí lo verá, doblando camisas, o leyendo el periódico, o regresando del banco porque ya no hay morralla, o esperando.

Lo tomo con sabiduría. Tal vez es parte del surrealismo mexicano: si en este país hay detectives que comparten despacho con tapiceros, plomeros y expertos en aguas profundas, ¿por qué no un arquitecto que vende ropa en un tianguis? y que es protagonista de cada historia de terror...Pero yo no soy un personaje de ficción.

Me platica de manera muy seria, con voz ronca y más cansada que su propia facha:
"Mire, lo que pasa es que yo vivo con mi familia en un terreno, bueno, mire, un pedazo de terreno, porque el dueño es un señor que tiene muchos años allí. Él dice que está de acuerdo y todo, pero que quiere donarnos, se llama donación ¿no, arquitecto? entonces el Notario me dice que no se puede hacer la donación, porque el señor del terreno no es familia mía, ni nada".

Yo saqué conclusiones, y traté de sugerir, o al menos continuar la plática, ya no sé si es un reflejo automático o la pura cortesía. "Entonces tienen que hacer una venta. El dueño del terreno le tendría que vender a usted. Sí claro. Entonces usted quiere una planimetría del predio, y hacer una subdivisión".

El tomó aire y tosió varias veces. Yo ya quería que alguien más nos interrumpiera. "Sí se va a hacer la venta de la fracción. Pero mire, arquitecto, en realidad el dueño del terreno nos dio chance de quedarnos en ese pedazo. Yo construí dos cuartos y ahí he vivido muchos años. Él está de acuerdo, se va hacer la donación, pero como si fuera una venta".

Yo fruncí el ceño. "Mire yo no soy Notario, pero si usted no es familiar, creo que no puede ser donatario. Tramite la venta y haga su escritura".

Según la doctrina, una de tantas causas del pecado es la malicia. Pero en mi caso personal, mi pecado más grande ha sido la falta de malicia misma. Pero ya no quiero decirme a mí mismo "idiota". Pero pregunté. Por idiota y falto de malicia ¿por qué mas?

"Oiga, pero cómo llegó usted a ese lugar y ¿por qué después de tanto tiempo quiere escriturar?"
El abrió los ojos lo más que pudo, y luego bajó la vista. Volvió a toser, para afinar la voz o darse tiempo.

"Pues mire. Yo soy una persona que nunca ha tenido nada. Un día me junté con mi mujer. Y nos metimos a ese terreno. Yo estaba muy joven. Mire, yo me lastimé la mano jugando al fútbol hace unos años, y desde entonces no puedo trabajar ¿sabe? la que trabaja es mi señora...ella. Yo nomás vengo a preguntarle a usted que nos haga el plano de la subdivisión, porque el notario, hace ya varios años, me dijo que yo lo podía encontrar a usted aquí".

"¿Y usted conocía al dueño del terreno? ¿Es amigo suyo?"

Otro arranque de tos. "No. Pero yo un día me metí al terreno. Le dije que no tenía dónde quedarme y él me dio chance. Luego construí mi casa y tuve hijos. Y ahí me quedé. Yo sé que el terreno no es mío. Por eso quiero escriturar la fracción. Mire, el señor del terreno, ya está grande, ya es una gente mayor, y él está de acuerdo en darnos ese pedazo de tierra".
Cuando hizo la pausa me di cuenta que estaba sudando, y que los clientes no entraban.

Yo me le quedé viendo. El ya no tosió, se siguió de largo el hijo de la chingada.

"Mire, es un señor que es dueño de un terreno. Es un hombre que vive solo. Él no tiene mujer. No tiene familia, ni hijos ni sobrinos ni nada. Él vive allí en su casa. Entonces yo llego y me meto a un pedacito nada más, en un rinconcito, pegado con el vecino, ahí están los linderos de malla ciclónica y alambre de púas, y allí mero yo construí mi casa. Yo no tenía dónde quedarme, y el tiene un terreno muy grande y no tiene familia ni a quién dejárselo, entonces yo me metí y ya. Pero ya le dije, yo me lastimé la mano, yo jugaba fútbol y ahorita yo ya no puedo trabajar".

Yo di un pequeño golpecito a la formica del mostrador, conjurando la buena suerte. Le tuve que preguntar.
"¿Usted nunca pagó renta o no le ha dado algún dinero al dueño por ese pedazo donde usted ha vivido todos esos años"

El negó con la cabeza. "Mire, el está de acuerdo en hacer la donación. Él tiene más terreno, muy grande, yo nada más voy a escriturar un pedazo, para eso necesito que usted haga los planos".

Yo suspiré y le dije por fin. "Traiga algún certificado parcelario, o alguna copia de la escritura, para leerla, y las medidas del pedazo de terreno donde usted está metido, y si está de acuerdo con mis honorarios, pues usted dirá. Si a mí alguien me pide un plano, yo lo hago".

Miró a la calle y resolvió. "Yo le traigo los papeles. Pero mire, yo no tengo dinero, pero sí necesito el plano".

Yo ya no le dije a ese hombre, que yo necesito también muchas cosas, muchas más, y tampoco he tenido dinero para comprarlas. Bendito Amazon, benditos aparadores de Liverpul, benditos anaqueles de Chedraui. Pero en lugar de eso le dije:
"Si puede pagar lo que yo le llegue a cobrar, pues trabajamos".
Él se salió del negocio, y durante un rato bien largo, ya no entró nadie más.
Yo pensé en el papel que podría traer: un croquis a mano, un certificado del registro agrario nacional, una escritura pública, un manifiesto de alta catastral. Y luego pensé en el momento en que yo decidí, más por suerte y por vivir la vida como he podido, que por vocación, quedarme solo. Y que un día alguien llegue y me quite lo poco que pueda llegar a tener, porque a la gente que se queda sola igual y por alguna ley no escrita, la pueden despojar bien fácil de lo poquito que pueda llegar a juntar, así sea un pedazo de terreno.

Ya llevo ocho días esperándolo, tal vez anunciándose con ese ruido molesto de la microfibra, la vos rasposa, los ademanes que nunca vi, de una mano inmóvil que no lo deja trabajar. Yo quiero ganar algo de dinero.

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