miércoles, 1 de noviembre de 2017

637. Miércoles 01 de 11, 2017.

Desde hace mucho tiempo, y no me había dado cuenta hasta el pasado 12 de octubre, ya no me funcionan las cosas que siempre me habían funcionado: el esfuerzo incesante, las largas caminatas, la prisa y las privaciones de sueño y de lujos extremos, como ver televisión o leer una novela. Ya no funciona nada de eso. Funcionó cuando mejoró sobremanera el infierno que yo contribuí a crearme en mi descuido a Mate I, por mi falta de atención y deslumbramiento con el prodigio. Los números mejoraron y más la confianza en mí mismo, y una buena calificación en los últimos exámenes ayudaron a tener un final feliz.

Cuando dejé de compararme con los otros y me decidí a enfocarme en mí mismo. Cuando empecé a ver más hacia fuera y menos hacia dentro. 
Pero ya nada de eso ha bastado. 
Nadie me dará el balón, cuando quise jugar basquetbol estilo latinoamericano (va el pase, y a canastear), y en Estados Unidos aprendí que allá se juega estilo americano (nadie te va a dar el balón, tienes que ir por él).
Sí admito mis errores, mis deficiencias, y mis carencias. Reniego, eso sí, de mi mala suerte y la mala vibra, cuando a pesar de haber ayudado a muchos de mis compañeros de arquitectura, cuando yo los necesité nadie me conoció a mí.
No encuentro mi camino, y es que la solución es el bendito dinero.
Todo se resuelve así, como me dijo uno de mis maestros en el Tec de Monterrey ¿tú qué quieres hacer? ¿qué te gustaría hacer? dime lo primero que se te ocurra Juan, no le pienses.
Yo le hablé de conocer las casas del desierto en Nuevo México y Arizona. No había pensado en el clima extremo, la falta de agua y las alimañas. Un ejemplo: Edward Burian y su proyecto de Oro Valley en Tucson, entre tantos otros.
El profe me contesta haciendo una pequeña pausa. Para hacer eso que quieres hacer nada más necesitas una cosa: dinero, dinero, dinero. Así que Juan, piensa.
A mí me estaba yendo de la chingada en mis clases de diseño arquitectónico.
Para entonces yo pensé que faltaba poquito para salir. Pero esos tropiezos, desánimos, soledades, prolongaron el tiempo mucho más.

Y de cualquier manera, el sueño acabó en junio de 2000. Sin embargo, tuve compañeros que entraron antes que yo, y algunos se graduaron hasta diciembre de 2005. Cómo no me quedé con ellos, me arrepiento de no haberle hallado la forma.

Gracias.

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