miércoles, 25 de octubre de 2017

633. Sosiego, serenidad. Mi 25 de 10 de 2017.

Volví a beber. Esta vez el lunes por la noche. Hotel Misión. Una plática excelente con Kevin, desde Soda Stereo hasta Guns n Roses, pasando por Microdancing, una de las mejores canciones del rock en español de todos los tiempos. Acabé con un poco de Metallica y salí, acabado, derrotado. La tarjeta de crédito otra vez al tope, aunque trabajé hoy por la madrugada y digamos que quedé tablas con mi empobrecido plástico.
Lo que no entiendo que pasó fue cómo terminé en el restaurante El Huacal, de calle Juárez, ni cuánto tiempo estuve en ese lugar, ni cómo de repente abrí mi cartera y no tenía más que cuarenta pesos. No sé si pagué la cuenta. Al punto del colapso, un mesero me platicaba una y otra y otra vez que los viernes y sábados no se puede ni caminar en ese lugar. Dios me libre de que me vean doscientas gentes en el estado en que andaba.
Yo ya había perdido mi sentido de identidad. En una de ésas, era un habitante de la oscuridad, sin nombre, sin recuerdos, y lo peor, sin efectivo. Al poco tiempo me abordó otro joven, Manuel. Respetuoso, pero no me dio confianza. Dos veces le pregunté si era empleado del lugar y en lugar de responder sí, cerraba los ojos y asentía con la cabeza.
Lo ví demasiado bien presentado, y mucho más arrogante que los otros trabajadores. Al final concluí que debía ser hijo del dueño, un señor de pelo entrecano y lentes intimidantes, que desde la caja registradora nos miraba a los dos con sospecha y severidad. 
Salí a la noche y compré una coca cola en un Oxxo cercano, del lado opuesto de la calle,  para el maldito bajón. Y no recuerdo cómo llegué a la casa. Desperté con mucho miedo, a la una en punto de la mañana, con el envase de refresco a la mitad descansando sobre el buró, todavía frío.

Y una y otra vez me vuelvo a decir que ya no puedo seguir así.
Mi estímulo fue ver al señor Damián Alcázar de antagónico en una suprema película de terror psicológico del año 1994: Tres minutos en la oscuridad. La botella de José Cuervo en todo su esplendor. Derecho y en shot de cristal, con una rebanada de limón nada más. Pero don Damián se tomaba uno y medio, y allí terminaba la conversación con un temeroso y muy inexperto Armando Araiza. La realidad es, y ni hablar más.
Me duele no poder cambiar, el reconocer que no puedo seguir más así.
Tengo que aplicar la teoría de restricciones:
1) Guardar con llave la tarjeta de crédito.
2) Pedir una nota de consumo por adelantado y consumir no más de cuatro copas por ocasión, no más de dos ocasiones por semana, de preferencia una porque hacerlo dos es ya bastante peligroso.
3) Debo admitir que la teoría de restricciones funciona, al menos mi muy particular interpretación de ésta, porque ni siquiera he hojeado la primera página de La Meta de Goldratt. Identifique una restricción. Si no hay tarjeta de crédito, entonces no hay manera de usarla, por ejemplo.
4) Lo mejor sería no volver a beber nunca más, igual que el maestro Hugo Hiriart, igual que el maestro Ignacio Solares, Luis de Tavira, Christopher Domínguez. Sí se puede, claro que se puede.
5) No puedo seguir así. Para un cambio exterior falta un cambio en el interior.
Gracias.

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