El pasado viernes me preguntaron si en la casa se hacía arco de día de muertos. No, respondí. Se me olvidó que al menos sí se hace un altar, como conmemoración, o al menos para no desentonar con la tradición. Un altar es muy diferente a un arco de día de muertos. La diferencia es, hablando como arquitecto, geométrica y al mismo tiempo simbólica.
No atino a saber si la geometría siempre es símbolo, habría que darle una reflexión mayor.
Otra cuestión es que me tocó ver un rato nada más a Pablo Boullosa en La Dichosa Palabra, sentado en la mesa de análisis. Frente a él, una fotografía recargada sobre un recipiente con dos flores de zempazúchil (la flor color naranja conmemorativa a estas fechas) en agua. Valga decir también que esta flor ya se vende en versión sintética en las mercerías de mi ciudad y estoy seguro que en las demás. Pero en fin, solamente hacer notar que un altar puede ser tan sencillo como el del Maestro Boullosa, sin perder su carácter. Y el arco tiene más significación mientras mayor sea su tamaño. Tal vez allí esté la clave de la simbología y la diferencia entre un altar y un arco. Habría que pensar un poco más.
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