viernes, 5 de junio de 2015

¿Qué más?

La noche del miércoles pasó rápido. Dormí entre las 11 de la noche y contrario a mis planes, me desperté a las 2 de la mañana. Un plano oficial, que ploteé sin mayor problema como a eso de las ocho y media de la mañana. Digo sin mayor problema, porque el miércoles tempranito fui por dos cartuchos de tinta que me hacían falta. Fueron el color cyan y el magenta, los dos colores, a mi entender, muy necesarios para crear el color gris en las impresiones. Un color esencial, pues el gris es un tono amable en arquitectura. Representa tonalidades, matices y sombras, y las sombras son una señal de que hay luz.

Así las cosas, el jueves cobré mis honorarios. Y bueno, la tristeza me volvió a ganar. En unos dos meses o tres me he ganado unos mil pesos, y ahí  termina. Y si no cobro tan barato como cobro, ni eso voy a ganar.

Le pagué a dos proveedores del negocio y el dinero se fue rápido. Y para vender, caramba. Pero hoy aprendí algo y ese aprendizaje es digno de narrarse muy aparte. Como introducción diré que en los negocios siempre hay áreas de oportunidad y afortunadamente o desafortunadamente, siempre se aprende.

Un pendiente que tenía al principio pero dejo al final. Mi amigo Paco, de Veracruz, me pregunta ante un cuento que he publicado en este blog. La pregunta me desconcertó: ¿Entonces Franz Kafka era mala leche? No, para nada, estimado amigo.
Kafka se vuelve personaje de uno de mis cuentos como homenaje y como conjuro para resucitarlo. No es mala leche, simplemente lo volví parte de un sistema del absurdo tan común en las entrevistas de trabajo de México. A mí me ha tocado vivirlas. Lo que más rabia da de las empresas en México, es que publican vacantes cuando no necesitan gente. Eso sí es absurdo. O te preguntan ¿a qué viene? cuándo ellos te mandan llamar. O como leí en Wikipedia. Te piden que envíes un mensaje pero sin decirte quién es el destinatario o te envían a un lugar que no existe. Eso sí es kafkiano.
Pero no, estimado Paco. Kafka no es mala leche, nunca pretendí que se interpretara así.

Kafka fue un oficinista que ponía un empeño ejemplar en su trabajo. Hay un libro, que jamás compraré por cuestiones presupuestales, que está dedicado a su impecable trabajo de oficinista y abogado de una gran empresa. Se dice de él que pertenecería a una organización secreta anarquista, y de ahí la tónica de la narrativa contra la burocracia, más evidente en su novela El Proceso, o en el cuento Un médico rural, donde de plano no hay gobierno ni estado, pero aquí en México eso ni sorprende.

En fin, volviendo al gran autor, debo de ser que Kafka no era para nada mala leche. Tal vez lo convertí en una pieza más en la mesa del rompecabezas del absurdo. 

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