martes, 5 de mayo de 2015

Un deseo y una historia de la oficina.


No leí a Franz Kafka sino hasta que estuve estudiando mi carrera profesional en Monterrey. Sin embargo, ya sabía de él desde mis años de preparatoria. Me intrigaba su fotografía, los títulos de sus obras, su nombre mismo así sonoro y misterioso. No sabía de él muchas cosas, por ejemplo, que sus novelas "El Proceso", "El Castillo" o "Amérika" no las concluyó el escritor. Que le había pedido a su amigo Max Brod (que conoció en la Universidad) destruir los manuscritos que no había publicado, que eran la mayoría hasta el día de su muerte. Afortunadamente el buen amigo Brod no hizo caso. Otra cosas que ignoraba era que Franz Kafka era de ocupación oficinista, administrativo de una aseguradora para ser más preciso, y que su situación económica podría decirse era de un nivel medio alto.
Otra cosa que desconocía de Kafka era su precaria salud. Falleció demasiado joven (cuarenta años) y en malas condiciones, debido a la tuberculosis, una enfermedad en aquellos años muy díficil de curar debido a que no se habían descubierto los antibióticos.

Dicho esto, me hubiera gustado ser Franz Kafka, eso sí, con buena salud y mucha longevidad. Me hubiera gustado ser un escritor así como él, gran narrador de historias fantásticas e intrigantes. Pero llega el día en que uno se da cuenta que no se puede dar más. Con lo que me conformo es con un empleo, así como el de él. Que deje para pagar la renta y pasarla bien una media hora en algún cafecito con el amigo Brod o con las muchas amigas y novias que tuvo el maestro Kafka.
Pues sí.  Eso de que "si me dicen que no se puede tengo que responder con más esfuerzo y más entusiasmo" son en parte, tarugadas. Lo que no se puede, no se puede, y hay que buscar vivir la vida como una la merece y quiere vivir.
Hay algo, algo, que se llama realidad.


La licenciada Jill habla en voz alta, tal vez muy alta, en los pasillos del corporativo en algún lugar de Monterrey (O San Pedro) "¿Quíeeen me acompaña a Starbucks?"
En eso, a la vuelta le sale el chico de la Uni. La licenciada Jill hace carita, y entonces vuelve a decir en voz alta, ya no tan alta "Ahorita vengo, ¿eh? no me tardo. Ahí les encargo". Se da la media vuelta y sale sooola, a atravesar la calle neblinosa. Al otro lado está el Starbucks.

Es la vida del chico de la Uni. Puros desprecios y pura soledad. 
Con él me siento más identificado que con el chico TEC.

Anuncio una ausencia de este blog. Nos veremos después del 11 de mayo de 2015.

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