domingo, 25 de enero de 2015

Tan tarde se hizo.


Una escena memorable y sublime en la película de Ripstein "El Crimen del Padre Amaro". Un sacerdote, el padre Galván, abre la puerta metálica de tablero Prolamsa y Cristal esmerilado, pintada en aceite (¿dónde habré visto yo esas puertas?) y dice "abran paso señores, abran paso". Tiene en sus manos una charola desbordando de chiles rellenos. El atildado padre Galván presume su habilidad para cocinar. El Padre Amaro, sonríe. Una discusión entre el Padre Benito y el Padre Natalio (el increíble Damián Alcázar) y Galván interviene. "No eches a perder el convivio Natalio, la podemos pasar muy bien". Domingo en la tarde, como una vez a la semana.
Una película en blanco y negro, limitaciones de la televisión abierta así sea digital. Y vemos un sillón, que ya habíamos visto, y frente a él, un montón de envases vacíos de cerveza Victoria. Al Padre Galván se lo llevan en brazos, lo sacan de la casa del Padre Benito, ahogado, hasta las chanclas pues.
Ya me imagino una reunión de chicos EXATEC, en Ciudad Valles, o en Veracruz o en Tampico.
Algún Galván que llegue por ahí, y de repente en medio del convivio pida sus chilitos rellenos y sus cervecitas, nada malo con eso, lo que sí es el exceso. Surrealismo puro y sublime.
Nunca, por miedo y por pena, he ido o iré a una reunión de egresados del Tecnológico de Monterrey. Igual y jamás lo haré. ¿Comerán chilitos rellenos y se tomarán una cervecita Victoria helada? ¿O les dará por ir a un lugar de ésos, Burger King, Tony Romas, Pizza Hut?
Nunca lo sabré, mientras siento antojo por esos chilitos rellenos, pero mejor con una coca cola light.

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